martes, 26 de noviembre de 2013

VIVIR EN LA AUTOPISTA FANTASMA

les compartimos una nota que fue publicada el domingo 17 de noviembre de 2013, en el suplemento radar del diario página 12.

FOTOGRAFIA El año pasado, Victoria Gesualdi ganó el Premio de la Feria del Libro de Fotos de Autor con La traza, su ensayo sobre esa tierra arrasada que la dictadura despejó para la nunca construida autopista Central, la AU3. Las fotos, focalizadas en la codiciada zona norte de la Ciudad, son también un mapa de la desidia del Estado, la especulación de grupos inmobiliarios y los modos de acceder a la vivienda. Pero fundamentalmente, gracias a las entrevistas con los habitantes de estas casas, los que se resistieron al desalojo y los que se fueron, es un testimonio de la historia política y social de Buenos Aires.







El Cristo se abre la túnica roja y puede verse sobre el pecho un corazón dizque sagrado, herido, con una cintura de espinas, que en simultáneo irradia energía y sostiene una fogata. El marco modesto que contiene a esta imagen acusa el trabajo de la humedad sobre los materiales, los desprendimientos que los hongos producen en la cal, el hierro, los azulejos. Cuelga de una pared de la casa de Rosa, que se resiste al desalojo; vive ahí, en Donado y La Pampa, desde 1986, y eso implica buena parte de su historia: “La casa es un útero”, le dijo a la fotógrafa Victoria Gesualdi, mientras le contaba de esa época. En otra foto, la imagen del presidente de entonces, Raúl Alfonsín, puede verse tumbada entre los escombros y la escena de desmonte de otra casa cercana, en la que Miguel Angel vivió 32 años: las dos herraduras que todavía colgaban de la pared no alcanzaron a conjurar la suerte de la vivienda, que fue demolida luego de que sus ocupantes aceptaran un subsidio habitacional. Las fotografías son parte de La traza, el flamante libro con el que la editorial La Luminosa pone a circular este ensayo de Gesualdi, con el que ganó este año el 1er Premio Felifa Dot en el marco de la Feria del Libro de Fotos de Autor.
Vista de la calle Donado entre Virrey del Pino y Carbajal. Límite sur del Sector 5 de La Traza de la ex AU3.
Durante la última dictadura, el brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de Buenos Aires, craneó el proyecto de una serie de nueve autopistas: alcanzó a construir la 25 de Mayo (AU1) y la Perito Moreno (AU6) y a encarar una serie de expropiaciones y demoliciones en la que iba a llamarse la Central (AU3), una prolongación de la Panamericana que correría en paralelo a unos cinco kilómetros de la costa y terminaría desembocando, ya en zona sur, en el Puente Uriburu. Las topadoras empezaron el “despeje” desde el norte y tenían lista la traza para construir en el barrio de Saavedra; en lo que iba a ser la continuación, en Belgrano R y Coghlan, el arrase quedó irregular e inconcluso con la suspensión de las obras a mediados de 1981, porque las cuentas del Proceso ya excedían el descalabro. Sobre esta última zona, denominada Sector 5, se concentraron cerca de la mitad de las expropiaciones a 900 familias; sobre esta zona se centró Gesualdi para su visión de La traza. “Cientos de casas y edificios fueron demolidos y otros tantos quedaron a la deriva de la necesidad de vivienda de sectores populares que desde entonces los ocuparon, recuperaron y habitaron –escribe–. Aunque también de especuladores que convirtieron la desidia estatal en un botín de ladrillos de oro para hacer negocios y pagar favores políticos. Rodeado por trenes, plazas, escuelas y hospitales, se trata de un destino de privilegio impensado para quienes no pueden pagar la tierra más costosa de la Ciudad, y un objeto de deseo para los que describen el espacio urbano según el valor del metro cuadrado.”
Manuel y Stella en el comedor de su casa. Viven en La Traza desde los ’90.
“Trabajé muchos años en prensa, en fotoperiodismo, y el tema de la vivienda aparecía seguido, era un emergente que siempre explota por algo, tomas, desalojos, marchas en las villas –explica Gesualdi en el bar El Faro, Constituyentes y La Pampa–. De la traza conocía un poco de la historia; me empecé a acercar como transeúnte para conocer el espacio, porque el contraste urbano es muy fuerte: en medio de uno de los barrios privilegiados de la Ciudad, con edificaciones muy imponentes, está desde hace mucho tiempo esta franja muy deteriorada. Y nadie sabe muy bien qué fue esa historia, quién está detrás de los graffiti en las calles, en las casas que se ven medio tapiadas. De a poco fui conociendo a la gente, y en el proceso fue emergiendo otro sentido. Es un tema tremendamente complejo porque tiene treinta años de historia política y social de la Ciudad, que comenzó en la dictadura y abarcó a todos los gobiernos desde entonces, con muchas leyes que lo atravesaron y muchos cambios, también, en la forma en que los ocupantes fueron tratados desde el Estado: fueron inquilinos de la Ciudad, luego los amenazaron con desalojos, después otra ley los protegió, y otra vez quisieron desalojarlos. El tema de la ocupación de vivienda es muy interesante, con muchas contradicciones que, creo, nos enfrenta a todos con un montón de preguntas. En el proceso fui tratando de entender qué pensaba sobre el tema, qué habían vivido esas familias para estar ahí, cuál era el derecho que tenían y ejercían.”
Detalle de la pared de la casa de Rosa, en Donado y La Pampa.
Gesualdi tomó las fotografías que componen La traza entre 2010 y 2012. Cuando empezó, había en la zona unas 400 familias; ella conoció a unas 50, entrevistó en profundidad a 20 y retrató a 14. Su trabajo es extraordinario por varias razones: artísticas, urbanísticas, sociales, testimoniales. En sus fotos está el registro de la megalomanía dictatorial, con esos muros seccionados, esos interiores de casas despanzurradas, y también están las personas que buscaron refugio allí, en esas viviendas rotas y/o abandonadas, materiales castigados y también resignificados de sentidos y vida. “Donde algunos vieron ruinas o negocios inmobiliarios, cientos de familias crearon casas –plantea Gesualdi–, y se apropiaron de un espacio arrasado para convertirlo en suyo.” Cuando Mauricio Macri llegó al gobierno le echó el ojo al sitio: primero desalojó compulsivamente a unas 70 familias, luego intentó crear una corporación y finalmente la Legislatura aprobó una ley para vender los terrenos del sector para construir “edificios de alta categoría”, en lo que pasó a llamarse Barrio Parque Donado Holmberg. La mitad de los afectados aceptaron un subsidio y se fueron; otros quedaron a la espera de unas viviendas sociales que proyectaba la ley; un grupo de ocho familias encaró una construcción cooperativa; algunos, los menos, se proponen resistir. Además del registro fotográfico, Gesualdi incluyó un puñado de textos que narran historias, contextualizan, retratan las traumáticas y amorosas relaciones de estas personas con las casas, el barrio. Maricel entre los escombros, poco después de irse, donde alcanzó a escribir con aerosol: “Hasta acá llegué, doblada pero jamás vencida”. Stella y Manuel, que viven ahí desde hace veinte años; él dice: “Las topadoras van a tener que pasarme por encima”. La historia de Marcela, que llegó con tres hijos y tuvo en el barrio quince más; Virginia, la segunda en nacer cuando llegaron allí, que está a punto de recibirse de maestra mayor de obras y quiere ser arquitecta, cuenta que su casa es como un imán, que muchos chicos del barrio se reúnen ahí.
Gesualdi nació en Buenos Aires en 1980. Sus trabajos como fotoperiodista se vienen exponiendo desde 2007 en las muestras anuales de la Asociación de Reporteros Gráficos. El último dato que aparece en su semblanza biográfica apunta que en abril de este año nació su primera hija, Vera. “El premio llegó unas semanas después que ella, y entonces el libro tuvo una nueva vida –dice–. El embarazo fue el tiempo del armado, en donde todas las piezas que venía juntando, pensando y anotando en mil papeles y fotos de prueba comenzaron a tomar forma, a crear un cuerpo visible, comunicable a otros, disponible para ser compartido, criticado, mirado. Creo que esa instancia productiva estuvo atravesada por lo que sucedía en mi propio cuerpo.” Cita a Gaston Bachelard, inicio de La traza: “Y siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna. La vida empieza bien, empieza encerrada, protegida, toda tibia en el regazo de una casa”. “El objetivo principal fue, siempre, hacer un ensayo fotográfico –dice Gesualdi–. Pero al hacer las entrevistas supe que era necesario que las voces estuvieran también presentes. Porque todas las historias confluían en lo que habían pasado y lo que les costaba sostener estos lugares, arreglarlos, defenderlos. Las casas a primera vista podían ser precarias, o ser malas para vivienda, pero el amor con el que se referían a ellas me hizo sentir que la relación iba muy por arriba de toda esa complejidad política y legal. Están sus historias de vida, ahí.”

lunes, 18 de noviembre de 2013

"HAY QUE ABRIR LOS BARRIOS CERRADOS"

Les compartimos una interesante entrevista a Raúl Fernández Wagner que ha sido publicado en La Política Online:

El especialista Raúl Fernández Wagner reconoce los esfuerzos del gobierno en mejorar el acceso a la vivienda, pero advierte que en una década no abordó el déficit central: la propiedad del suelo. Propone cobrar un impuesto a los inmuebles sin alquilar –como en Puerto Madero- y abrir los barrios cerrados.

Raúl Fernández Wagner dice que Argentina está parada en el peor de los escenarios urbanos. Especulación, viviendas vacías, alquileres caros y una clase media que se suma a los sectores populares que no pueden acceder al hábitat. “Hasta los desarrolladores inmobiliarios más sensatos se dan cuenta”, asegura. 

Arquitecto y urbanista de la Universidad de General Sarmiento y especialista en Tecnología de la Vivienda, Fernández Wagner rescata la intervención del Estado en los últimos diez años, pero defiende una idea que va a contramano de todos los planes que se iniciaron durante la década. “No es la vivienda. Es el suelo, estúpido”, afirma en un diálogo imaginario con los gobiernos –nacional y provinciales- que favorecieron el boom de los negocios inmobiliarios sin reparar en costo ni definir una estrategia. 

Propone abrir los barrios cerrados y fijar un impuesto a la vivienda ociosa para mitigar la especulación. Pero no está sólo. Atiende en el anexo del Senado, el lugar donde funciona Habitar Argentina, espacio multisectorial que promueve desde hace 3 años una serie de leyes que apuntan a una reforma urbana con eje en los municipios.

¿Qué situación se conformó en los grandes centros urbanos en los últimos diez años? 

Se ha dado una extraña paradoja. El país ha crecido, se ha salido de la pobreza extrema de los noventa, se ha recompuesto parte de la clase media en términos de ingresos, pero al mismo tiempo han aumentado las dificultades en el acceso al suelo, lo que la gente traduce como problemas de vivienda. 

Si bien el Estado ha construido muchas viviendas (con los Programas Federales primero y después con el PROCREAR), el acceso a la vivienda se dificulta. ¿Por qué? Porque el problema es el suelo, no la vivienda. Y no se termina de entender. Además, las periferias -que siempre habían sido el lugar de los más pobres- se transformaron con las autopistas en un lugar accesible para las clases altas que trabajan en la ciudad: eso elevó el valor de las periferias y eliminó toda posibilidad de que las clases medias o populares pudieran comprar un lote en esas zonas. 

Usted afirma que la vieja idea del peronismo de construir viviendas ya no alcanza…

Sí, me refiero más a la tradición de los gobiernos peronistas. Porque en la época de Perón este tema se comprendió bien. Fue cuando se colocó la función social de la propiedad en el cambio de la Constitución. De la época del gobernador Domingo Mercante en la provincia, viene el impuesto de contribución por mejoras, que es una vieja tasa que prorrateaba los costos de una obra entre los vecinos que se iban a beneficiar y que hasta el día de hoy se puede usar. 

Las autopistas, la extensión de la red de servicios públicos… Por supuesto, la mayoría de los municipios no la usa o la usa de manera excepcional. Pero sigue siendo clave. Es lo que hoy técnicamente llamamos recuperación de plusvalía urbana.

El problema del suelo

¿Por qué remarca que hay que hablar de suelo y no de vivienda? 

El suelo es un don natural pero el capitalismo lo ha transformado en mercancía. En Holanda, el 30 % del parque habitacional estuvo siempre en manos de entidades sin fines de lucro. En países como Suecia las viviendas están en manos de los municipios. En Canadá y Estados Unidos, el 80 por ciento del financiamiento de los municipios es recuperación de plusvalía. 

Cuando el Estado opera una parte del stock de viviendas e interviene de esa manera, desmercantiliza, baja los valores del mercado. En Argentina, el Estado pone mucho dinero en construir viviendas, pero no regula los mercados. Los desarrolladores inmobiliarios reconocen que invertir en ladrillos es lo que ofrece la renta más alta. Es cierto que con el cepo eso se detuvo. Pero no tenemos un sistema de crédito hipotecario. El éxito del PROCREAR demuestra que hay un problema serio.

O sea que el accionar del Estado no buscó revertir el desarrollo del mercado…


Lo favoreció. Los 500 barrios cerrados de la región metropolitana ya ocupan el doble de la superficie de la Capital Federal. Superan los 400 kilómetros cuadrados, pero ahí viven apenas 400 mil habitantes cuando en la ciudad hay 3 millones en 200 kilómetros cuadrados. En Córdoba hay casi 300 barrios cerrados, en Mendoza 150, en Rosario...

¿En esta explosión de barrios cerrados, qué efecto considera más nocivo?

El desastre ambiental que significan los barrios cerrados no es broma. Ya lo estamos pagando con las inundaciones. Todas las urbanizaciones cerradas están alterando el humedal. Hay un geólogo, Eduardo Malagnino, que dice que la elevación de suelos de los barrios de la cuenca del Luján redujo la evacuación del agua a la mitad. ¿Y eso a quién afecta? A los pobres, que están en los terrenos inundables y padecen una alteración física del suelo que profundiza el riesgo hídrico en la región metropolitana.

¿Cuáles serían los ejes que deberían trabajarse para cambiar esta situación?

Primero, ejercer la función social de la propiedad. El suelo es un bien social pero a la vez una mercancía, limitada por su carácter social. Hay que implementar un conjunto de políticas, de leyes, que tiendan a desmercantilizar. En estos últimos diez años, no hubo mejor negocio que especular. Lo dicen los desarrolladores. Algunos, los más sensatos, a los que hemos convocado, lo admiten y dicen “hay que fijar una regla”. Miguel Pato, que es uno de ellos, ya decía hace dos años que el negocio no daba para más porque primaba la especulación. Ya veía que aunque estuvieran ganando mucho, a la larga, todos perdíamos. 

Trabajar para satisfacer la demanda real y no sólo a los inversores…

¡Claro! hoy sólo los sectores de alto poder adquisitivo pueden acceder. La clase media y media baja está muy lejos. Ese es un problema, el encarecimiento del suelo. El otro son los bajos ingresos de una porción elevada de la población, el 35 por ciento de trabajo en negro más el 7 por ciento de desocupados. El déficit habitacional está concentrado en los que ganan menos. 

El déficit habitacional

Ustedes hablan de las viviendas deshabitadas que, según algunos estudios, llegan a 2 millones en todo el país.

Hay que regular. Si vos tenés una vivienda vacía -que no se usa, pero está ocupando suelo-, el Estado puede cobrar un impuesto a la vivienda ociosa. En Puerto Madero, más de la mitad de las viviendas están vacías. No hablamos de expropiar, hablamos de que se alquile para aumentar la oferta y bajar los precios. 

Si vos tenés un lote de 10 por 30 y yo Estado te permito construir cinco pisos, tu lote vale tanto. Ahora si el Estado te dice “podés construir 15 pisos”, vale tres veces más. La normativa urbanística es un mecanismo de distribuir riqueza. Cada municipio es como si tuviera una máquina de hacer dinero. Eso que te da el municipio, en todos lados los países serios, el Estado lo recupera en parte o te lo cobra porque se sabe que es un derecho de los propietarios pero con responsabilidades sociales, limitado, porque si es ilimitado hace un daño social. Esa diferencia no es tuya, es de la sociedad. Por eso, la necesidad de capturar la plusvalía que el suelo produce. 

¿Cuándo ingresa la clase media a formar parte de los sectores que no pueden acceder a la vivienda?

Es un proceso paulatino que se da en los últimos 30 años. Hoy el alquiler es lo que más se incrementa en los sectores populares y parte de las clases medias. La gente que alquila entre los dos últimos censos aumentó un 80 por ciento. Crece el alquiler formal pero también el mercado informal. Los sectores populares no van a una inmobiliaria a hacer un contrato. Hace 10 años, el habitante de una villa tenía a sus hijos en el piso de arriba. Ahora tiene dos o tres pisos más arriba y los alquila. Un cuarto en una villa de la región metropolitana no baja de 1500 pesos. El Indoamericano fue el grito de los que alquilan en villa.

Usted describe además un fenómeno más reciente, los loteos fraudulentos. ¿De qué se trata?


Son señores que instalan una casilla un domingo y “te venden” lotes. La gente se asienta y la tierra es de otro. Están vendiendo la tierra de otro. Son ocupaciones de hecho fomentadas por promotores. Es la nueva modalidad y hay tal demanda social que la gente compra y se asienta. Después, el municipio tiene que lidiar con eso. 

El plan Procrear

¿Cómo evalúa el Plan Procrear?


En Argentina, hay un déficit de casi 4 millones de viviendas. El PROCREAR surgió como crédito para construir viviendas para gente que tenía su propio terreno. Y nosotros le decíamos al gobierno: “El déficit no es solamente viviendas nuevas. Casi dos tercios del déficit son viviendas hacinadas que hay que mejorar o ampliar”. Después, amplió posibilidades. El Banco Hipotecario sigue privatizado y perdió su función social. Pero al menos ahora el Estado como socio interviene. Las tasas subsidiadas son realmente accesibles. Ahora, surge otro problema: ofrecer créditos para compra de terrenos aumenta los precios. Insisto: tenés un Estado nacional que intenta actuar positivamente pero no toca la cuestión específica del suelo. 

¿Y quién lo hace?

Nosotros nos ocupamos de la Ley de Acceso justo al Hábitat de la provincia de Buenos Aires, donde los grandes desarrollos tienen que compensar parte de la valorización extraordinaria que generan con un 10 por ciento. Scioli la frenó pero ese 10 por ciento es nada para esos emprendimientos. Es menos que las calles que tendrían que ceder si no fuera un barrio cerrado. También hay un proyecto de ley reciente en Santa Fe. Todo apunta a generar un conjunto de instrumentos que permita volver más tranquilos los mercados, simplemente un capitalismo un poquito más razonable, a partir de cortar los circuitos especulativos del suelo.

Una ciudad lógica ideal sería una ciudad de baja densidad repartida de manera homogénea. Nosotros tenemos exactamente lo contrario. Suelo muy localizado para especulación, la gente cada vez más lejos, en los mercados informales. Es el peor de los escenarios urbanos. La paradoja es que cuanto mejor estamos más se profundiza la desigualdad socio-espacial. 

¿Cuál sería la primera ley que se debería aprobar?

Una ley de Ordenamiento Territorial a nivel nacional, que genere incentivos para que la gente alquile y no tenga la casa deshabitada y desincentivos para los que especulan. El Estado puede recuperar una parte de las tierras ociosas, tener suelo disponible y aumentar la oferta de suelo para bajar los precios. Además una ley de alquileres y regularización dominial porque hay mucho suelo irregular que necesita ser legalizado. 

¿Qué impacto tuvo lo que usted llama la “suburbanización de las elites”? 

Negativo. La ciudad es una división del suelo entre espacio público y espacio privado. Toda parcela tiene que tener acceso al espacio público. En la historia de la humanidad, la condición de la ciudad es la existencia de espacio público, ergo, los barrios cerrados no son ciudad. En Rosario, los prohibieron. Son un campamento cerrado, segregado, pero no aportan ni construyen nada a la ciudad. 

¿Y qué hay qué hacer?

Abrirlos. Y volverlos barrios abiertos, circulables, y densificarlos. Los incorporas a la ciudad con calles públicas. Después, está el tema de la seguridad, que es otra discusión, pero que también incrementa el valor del suelo y es una estrategia clara de desarrollo inmobiliario.