Hoy
día, el 52% de la población mundial vive
en ciudades. El 78% de la población en Latinoamérica vive en ciudades. El 92%
de la población argentina vive en ciudades.
Ya
en 1950, prácticamente el 60 por ciento de la población de América Latina vivía
en zonas rurales y sólo un 40 por ciento en zonas urbanas. En 2010, el
porcentaje de pobladores urbanos había trepado casi hasta el 80 por ciento (al
79,4, según datos de la CEPAL), y las proyecciones indican que este porcentaje aumentará,
tal como viene sucediendo desde 1990, con coeficientes más elevados y a un
ritmo más acelerado aún que en el resto del planeta. Las Perspectivas de
urbanización mundial de las Naciones Unidas estiman que si en 2010 un 51,3 por
ciento de la población del planeta vivía en ciudades, en 2020 la cifra
ascenderá a 55,9, y en 2030,
a 60,8. Brasil sufrió una profunda transformación
sociodemográfica, triplicando su población en cuarenta años, pasó de 60
millones en 1960 a
180 el año 2000, incluso alcanzando los 200 millones durante la gestión de
Inácio Lula da Silva. Tiene unas 40 ciudades con más de medio millón de
habitantes y unas 10 con más de un millón. Además, destacan Belo Horizonte,
Salvador, Brasilia y Fortaleza con 2,5 millones; Río de Janeiro con 6 millones
y, especialmente, San Pablo, con 19 millones y un conurbano de otros 20
millones de habitantes, es la más poblada de Sudamérica y
el hemisferio Sur. Su área urbanizada o aglomerada
ocupa además la octava posición en el ranking de las áreas urbanas más pobladas
del mundo.
Siguiendo
la tendencia global a la concentración de las poblaciones nacionales en grandes
ciudades, en Buenos Aires –la ciudad y el área metropolitana— vive el 32,1 por
ciento de los habitantes del territorio argentino. Una realidad que
difícilmente llegue a revertirse. No al menos en los cálculos previsibles. En
este marco la C.A.B.A. no crece desde hace 50 años y el Área Metropolitana
creció 18,4 % en los últimos 10 años.
¿Cómo
influye e influirá la globalización, uno de los fenómenos notables que
caracteriza al urbanismo en esta era, tanto en ciudades desarrolladas como en
desarrollo, en el montaje de los grandes proyectos urbanos consistente en
operaciones urbanísticas e inmobiliarias que transforman áreas estratégicas
degradadas en barrios exclusivos en el área Metropolitana? Estamos en presencia
de extensos terrenos ferroviarios o portuarios (muchas veces situados en
franjas ribereñas o costeras con buena accesibilidad), áreas con industrias
desactivadas se reconvierten en zonas recuperadas que alojan usos mixtos de
alta gama: finanzas, servicios, comercio, turismo internacional, industrias
culturales y viviendas de lujo.
¿Cuáles
son los cambios en el espacio urbano a partir de que ciertas ciudades se
convirtieron en estratégicas para el proceso de globalización? ¿Cuáles son esos
efectos de la mundialización sobre las ciudades? El discurso de la
globalización está centrado en la hipermovilidad del capital y en las
telecomunicaciones y suele excluir el tema del espacio. ¿Hasta qué punto estos procesos de
globalización convirtieron a una treintena de ciudades globales en su espacio
estratégico? ¿Hay ciudades globales en los países periféricos? ¿Son una red? La
economía mundializada necesita incorporar cada vez más bases de operaciones:
Bombay, Taipei, San Pablo, Buenos Aires, París, Nueva York...
Pero,
además, la intensificación a nivel mundial del capital inmobiliario altamente
especulativo (bancos, fondos de real estate, fondos de pensión,
desarrolladores, inversores individuales) que concibe a los bienes raíces como
fuentes privilegiadas para su valorización, son el producto de un nuevo enfoque
de la política urbana de los gobiernos locales que priorizan la promoción del
territorio mediante una lógica empresarial. Este “urbanismo globalizado” (entre
otros nombres), pasa a ser el nuevo paradigma de política urbana, caracterizado
por la asociatividad del sector público con el privado, para generar la
atracción de inversores y consumidores que financien el desarrollo urbano, sea tanto
en las nuevas centralidades como las infraestructuras para megaeventos, que asegure
una nueva imagen “atractiva” de la ciudad, generando así ventajas competitivas.
Pero si el Estado no actúa regulando la “racionalidad” del sector privado, es
altamente difícil que el mismo pueda obtener al menos una parte de los
beneficios inmobiliarios que sus propias inversiones y regulaciones contribuyen
a generar.
Un
nuevo lenguaje socio-urbanístico da cuenta de la búsqueda de una fundamentación
a los cambios operados. Definiciones como ciudad global (Sassen, 1991), dual
(Castells, 1995), fractal (Soja, 1996), difusa (Borja, 2003), genérica
(Koolhaas, 1994), en capas (Marcuse, 1996), intentan caracterizar una
multiplicidad de fenómenos físicos, sociales, tecnológicos, políticos y
culturales que no pueden ser contenidos en la clásica definición moderna de la
ciudad.
En
las clases que dictó en el Istituto Universitario di Architettura di Venezia
(IUAV), el gran urbanista italiano Bernardo Secchi definía a la ciudad presente
como “ciudad fractal”. “La figura principal de la ciudad y tal vez de toda la
cultura contemporánea –observa Secchi–no es la continuidad y su articularse en
la división espacial y social del trabajo, y en las jerarquizaciones y
conexiones del centro y de la periferia dentro del espacio urbano. Lo que
representa a la ciudad y a la cultura contemporánea es el fragmento.
El
carácter fragmentario de la ciudad se verifica en todos sus aspectos: el
espacio físico, social, económico, institucional, político y cultural. Sin
embargo, todos esos fragmentos disímiles son los que forman la diversidad urbana,
llena de contradicciones, choques y diversidades.
Buenos
Aires es un buen ejemplo de esta diversidad, en sus contrastes y contadicciones.
Según la Encuesta Anual de Hogares de la Ciudad del año 2011, un 58,9 por
ciento de los hogares es propietario de la vivienda que habita, el 29,6 es
inquilino o arrendatario y el 11,5 restante ocupa de manera irregular su
vivienda. Pero los porcentajes de hogares con situaciones de tenencia irregular
crecen dramáticamente en la Comuna 8 (25,9 por ciento) y en la 4 (19,8 por
ciento).
El
aumento poblacional (50% en la CABA) en las villas y asentamientos precarios, es
una tendencia que corre paralela a la edificación de urbanizaciones cerradas y
exclusivas. La cultura y las prácticas democráticas en nuestras ciudades enfrentan
sus contradicciones y fragmentaciones.
Las
acciones que se puedan desarrollar dependen fundamentalmente del compromiso y acción
de los gobiernos locales, que necesariamente deben incorporar una visión equitativa
del desarrollo urbano. En esto incide fundamentalmente la existencia o no de
instrumentos de regulación del suelo y de control de la especulación
inmobiliaria, que puedan detener el nivel de presión de los intereses
inmobiliarios sobre los gobiernos locales, así como el grado de control ciudadano
sobre el destino de los fondos públicos.
La
nueva legislación que se ha comenzado a aplicar en algunos países de América
Latina (fundamentalmente Colombia y Brasil) es un marco legal inicial que frena
la incidencia del mercado inmobiliario y la construcción indiscriminada. Es un
avance muy importante en relación a las políticas de manejo del suelo urbano,
cambiando la ecuación sobre el concepto, que ya no solo se asignan o modifican
las normas sobre uso del suelo, sino que se exige, a cambio, compensaciones
sociales para la ciudad.
Este
es el debate de hacia donde se desarrolla nuestra ciudad imaginada.
Comisión de Participación Popular, Comunas y Desarrollo
Urbano
de CARTA ABIERTA
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