sábado, 22 de junio de 2013

MODELOS DE PARTICIPACIÓN Y RACIONALIDADES ALTERNATIVAS EN EL MOVIMIENTO SOCIAL


MODELOS DE PARTICIPACION Y  RACIONALIDADES ALTERNATIVAS EN EL MOVIMIENTO SOCIAL

Extraído de Héctor Atilio Poggiese,  “Programa de transición para las comunas de la ciudad de Buenos Aires: una historia de nunca acabar” , X Seminario Red Iberoamericana de Investigación en Globalización y Territorio, Querétaro/México, Mayo de  2008

En este punto nos interesa poner en claro y analizar los posicionamientos que desde el movimiento social y la política se tomaron durante el debate participativo de la ley, que se extendieron al período inmediato en el que esa norma mandaba desarrollar la transición. Un modo de iniciar ese análisis es describir cuáles son las racionalidades alternativas y alianzas urbanas que, en tensión, se confrontan en el movimiento social.

La retomada de la cuestión de las comunas se produce en el momento final del primer período (2000-2003) del gobierno Ibarra (en noviembre de 2003) cuando el Secretario de Descentralización de ese período, apoyado en el éxito relativo de la aplicación del Presupuesto Participativo en los años 2002 y 2003, promueve un debate de emergencia bajo la hipótesis que antes del cierre de período legislativo se sancionara la ley.  El objetivo era en absoluto inviable y quedaba entonces como una nueva deuda con la ciudadanía, transferida al nuevo cuerpo legislativo que se renovaba en ese fin de año.

Las condiciones de contexto político del segundo período Ibarra (2004 en adelante) cambiaron bruscamente, tanto en el campo de las alianzas políticas en que se sostenía la Jefatura del Gobierno como en la composición de la Legislatura. Si en su primera gestión la Legislatura no tuvo la presión y orientación del Ejecutivo en momentos en que su alianza era mayoritaria, en su segunda gestión la tenue iniciativa que tomó desde la Secretaría de Descentralización tuvo que enfrentar la competencia de los legisladores, donde un grupo congregado en torno a la Comisión de Descentralización de la Legislatura inició una práctica nada habitual promoviendo un proceso de consulta (acabó llamándose mesa de tres patas por ejecutivo, legislativo, vecinos) participativa para la elaboración del proyecto de  ley de Comunas.

El proceso iniciado en fines de 2003 entre Ejecutivo y vecinos devino en una relación  tripartita, bajo la dirección de los legisladores. Fue una jugada política que corrió por el andarivel que el Ejecutivo dejaba casi vacío, una fórmula que reponía a los legisladores (ahora organizados en muchos bloques) en el centro de la escena.

Aunque los núcleos de vecinos que asistían a los encuentros eran bastante heterogéneos podemos analizarlos y agruparlos bajo el enfoque sistémico estructural de la acción colectiva que propone Alonso Urán[1], que nos aproxime a su comprensión contextual como fenómeno social estructurado tanto por su contexto socio político como por su contexto sociocultural, denominados “estructura de oportunidad política” y “estructura de oportunidad simbólica”:

            1. Los grupos profundamente críticos al Estado, de reciente formación (buena parte de las asambleas populares que concurrían), cuestionaban en extremo el Presupuesto Participativo denunciando a la propuesta gubernamental como manipuladora y engañadora. En esencia, aspiraban a que la ley fuese lo que los vecinos quisiesen, impugnando la eventual participación de los representantes electos. No se trataba de hacerla en conjunto sino que los legisladores confirmaran las demandas institucionales hechas desde lo social. Pero se creaba un contrasentido porque bajo la consigna “que se vayan todos” estaban “soportando”  discutir con los rechazados. Estos grupos sólo abordaban el desarrollo urbano cuando referido a la pobreza urbana, el desempleo y otros temas sociales, rechazando cualquier propuesta de gestión compartida.

            2. Las asociaciones vecinales y ONGs de perfil tradicional y una trayectoria de encuentros y desencuentros con los gobiernos, marcada por el ir y venir de demandas insatisfechas pero asentadas en la tozuda confianza en que””tanto va el cántaro a la fuente…que al final consigue”. Sin llegar a ser clientelísticas sus prácticas se enmarañan en el circuito de relaciones institucionales ejercitando la técnica de la presión, el lobby típico del vecinalismo,  pero la relación trilateral de la mesa por la ley de comunas creaba una instancia que, a pesar de ser todavía desconocida en sus posibilidades, en los hechos reducía la distancia con los decisores y abría la posibilidad de influenciar en el texto de la ley de un modo más categórico. Estos grupos, a diferencia del anterior, son creyentes de la democracia, tienen esperanza, confianza y deseos  de consolidación del reconocimiento a la ciudadanía aspiraban a obtener una ley con contenidos  próximos a sus expectativas. La ley era su objetivo, en la presunción de  posibilitar un Estado republicano reubicado ante la sociedad. Con el Presupuesto Participativo tenían menos conflicto; reconocían que algunas demandas habían sido atendidas y que significaba un avance con relación a las acostumbradas prácticas abiertamente clientelísticas. Tal vez el criterio de unidad en este grupo esté dado por el “institucionalismo” que por el costado conceptual se apoya en creer que la ley es fundamental para las transformaciones y por lado práctico se canaliza a la representatividad, el diálogo y las estructuras institucionales vinculadas al poder. No desarrollan una mirada al modelo de urbanización y el la economía urbana como procesos, sino que escogen presionar por la solución de los problemas que los afectan.

3. Las redes y proyectos que ya articulan una relación de trabajo planificado
entre comunidad y gobierno para la gestión de problemas urbanos  bajo reglas de participación. Los actores sociales que funcionan en estas prácticas son socios del estado en la gestión pero sin renunciar a su autonomía. Estos grupos entienden que la democracia pude ser ampliada en forma de prácticas de gestión asociada que produzcan transformaciones simultáneas en la sociedad y el Estado y privilegian los procesos decisionales. Priorizan la construcción de nuevo conocimiento colectivo y la elaboración de estrategias viables. Desarrollan una mirada más larga en tiempo y más extendida en las explicaciones. La homogeneidad de estos grupos se da por los procedimientos de articulación y las metodologías de decisión porque valoran más los procesos instituyentes que la institucionalización misma. Nacen y se desarrollan a partir de una praxis que cuestiona la urbanización desigual, la exclusión social y espacial y pretenden gestionar su transformación, o ponerle coto, o torcer su rumbo.

Hacia septiembre de 2004 cuando crecía de nuevo la incertidumbre sobre el la fecha en que sería finalmente sancionada ley,  estas racionalidades se bifurcaron.
 
El  grupo de tendencia asambleística se apartó del proceso, operando un perfil  denunciativo, algunos de sus integrantes porque sus textos completos de proyecto de ley no tenían lugar (era difícil lograr que el encuentro tripartito funcionase como un parlamento, donde se votarían las distintas propuestas) y otros porque no podían compatibilizar sus enfrentamientos con el gobierno en otras lides con una acción colaborativa.

El grupo de organizaciones vecinalistas (el más numeroso) se plasmó en una agregación política y como grupo de presión se concentró en operar en forma propositiva sobre los legisladores,  en una alianza inestable,  con un objetivo fijo y único, conseguir que se sancionara la ley y que su redacción estuviera bien próxima de las “ideas fuerza” consensuadas en una comisión de síntesis que organizó la Legislatura para simplificar las opiniones de los encuentros barriales, integrada por cuarenta vecinos ¡elegidos por los legisladores!.

El grupo de las redes y  prácticas de gestión urbana asociada retomó el modelo de construir escenarios de planificación que posibilitaran la formación de alianzas para el proceso futuro de implantación de las comunas,  preparando el tránsito a nuevas situaciones, en forma prospectiva.  Buscando una conexión histórico-prospectiva entre las experiencias ya existentes de gestión participativa y la hipótesis que la comuna pudiera llegar a ser una experiencia generalizada de gestión participativa, extendida por una política  publica institucionalizada en la acción del estado, se concentraron en trabajar con las áreas del Ejecutivo que tendrían la responsabilidad futura de esa implementación.            

Estas dos tendencias (la propositiva sobre la ley y la prospectivista sobre el proceso de transición) que no siendo excluyentes corrieron simultáneas por andariveles diferentes  en el último tramo de la sanción de ley (septiembre de 2004 a agosto de 2005), se complementaron, sin despejar la confrontación de métodos y objetivos, durante un el breve tramo que siguió hasta finales de 2006. Entonces integraron, junto con la convocante Secretaría de Descentralización, el grupo promotor que elaborará la versión del Programa Participativo de Transición a las Comunas (cuyo análisis presenta más adelante, en el capitulo siguiente).  

Desde el punto de vista propositivo pueden reconocerse tres modelos diferenciados para encarar  la transición: uno de estilo disipador, distractor y controlador, en general jugado por el tandem Ejecutivo-Legislativo; otro de reclamo-presión desarrollado por el vecinalismo tradicional;  y un tercero de organización de un programa participativo de transición, de conformación socio-gubernamental, mixto o cogestivo.

Los dos primeros, envueltos por momentos en una tensión aparente y en otros en una asociación dependiente se enlazan en una práctica liberal republicana que, envuelta en acciones judiciales o agregaciones singulares a la acción estatal con renuncia de autonomía, no conduce a los objetivos que expresan en sus argumentaciones.

El tercero introduce una concepción  de democracia participativa en las prácticas de  la descentralización y las políticas públicas que supone  la configuración de escenarios formalizados de participación, sostenidos en métodos específicos para un trabajo conjunto comunidad-gobierno.

De nuevo una mirada retrospectiva sirve para enmarcar ese mapa de alianzas móviles y desplazamientos de actores de un campo al otro, como expresiones de la tensión entre los procedimientos de la democracia representativa y las prácticas de democracia participativa que la completan y/o la interpelan y/o la cuestionan. En este caso ha sido evidente  que el pasaje, en la elaboración de una política pública,  de un modelo  representación-presión a uno de horizontalidad-elaboración conjunta no está exento de conflictividad.



[1] Ver Omar Alonso Urán (coordinador), “La ciudad en movimiento” IPC:Medellín, 2000 

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