domingo, 30 de junio de 2013

EL GOBIERNO NACIONAL COMO ACTOR URBANO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES.

Compartimos un documento escrito por el Dr. Héctor Poggiese el mes de octubre de 2012.

La gestión Macri alejó al gobierno de la ciudad de políticas socio urbanas de inclusión e integración social, así como de promoción de cualquier forma de participación en las políticas locales. Cayeron más que nunca los controles y cuidados al accionar del capital financiero inmobiliario lo que motivó el aceleramiento de la densificación en barrios específicos de la ciudad (Palermo, Villa Crespo, Barracas y otros). La obstaculización intencional de las comunas, anulando el papel de las Juntas con la eliminación de recursos, y anulando el  papel de los consejos, promoviendo a participación individual y no la organizacional (en contra de lo dispuesto tanto por la constitución de la ciudad como por la ley de comunas), completa las fronteras con que cerca su política.

Las resistencias y oposiciones han sido respuestas por fragmentos, donde movimientos sociales o vecinales (a veces, incluso, compuestos por votantes del macrismo) desatan luchas específicas. Los defensores del patrimonio, por su lado, denunciando y judicializando demoliciones (Como Basta de Demoler); los vecinos de clase media alta y media, frenando la instalación de torres o un túnel en sus barrios (Urquiza, S.O.S. Caballito y otros), docentes y alumnos respecto a reducción de grados o curriculas; gente de salud defendiendo hospitales (el Borda y otros); grupos de habitat popular constituyendo tentativas de redes (como Arrabal) o promoviendo leyes (como El Hormiguero).

Dentro de ese campo de acciones desde el movimiento social y la militancia política, es difícil identificar iniciativas de criticar y poner en jaque el modelo de ciudad, de reurbanización discriminatoria, empujado por los capitales inmobiliarios. El Reviva Buenos Aires, efímero en medio de la campaña electoral y, en estos días la Escuela Popular 5, son algunas de las pocas iniciativas en esa línea. 

Los Consejos de Seguridad impulsados por el Ministerio Nacional en el territorio de la capital crearon una situación un poco diferente. La iniciativa se corresponde con la competencia de ese ministerio, en tanto subsiste la responsabilidad nacional en ese tema en esta jurisdicción. La visión de la seguridad relacionada con insuficiencias del desarrollo local y la promoción de la participación vecinal crearon expectativas e inclinaron la militancia a esos ámbitos ante las dificultades crecientes en el proceso de instalación de las comunas, pero no se visibilizan posibilidades de integración formal entre el campo de los consejos de seguridad y el de las comunas porque son, en lo institucional, configuraciones competitivas entre ambos gobiernos, el nacional y el de la ciudad.

En el intermedio hubo el conflicto del Indoamericano, resuelto con la figura poco creíble de una asociación entre ambos gobiernos (un peso de Ciudad, un peso de Nación) para un plan conjunto de vivienda popular, que nunca vió la luz por la misma razón de la competencia de proyectos políticos tan alternos que no posibilitan ninguna asociación.

Este año nació con el episodio inconcluso del Subte que puede sintetizarse como el fracaso de la intención de derivarle a Macri la gestión de un servicio que le es propio, es de propiedad del gobierno de la ciudad, a diferencia de la policía, que constituye una transferencia de un servicio federal a la ciudad.

En este mismo año, por último, el gobierno nacional inició procesos sobre la cuestión urbana en la ciudad de Buenos Aires, desplazándose del lugar de gestor con competencia en la jurisdicción (Consejos de la Seguridad) o de socio gubernamental en una política de hábitat popular (programa de vivienda conjunta Ciudad-Nación) a un lugar de actor urbano que toma definiciones sobre el uso de sus propiedades localizadas en el territorio capitalino.

En esa línea debemos reconocer la promoción del Polo Cinematográfico y Audiovisual en la isla Demarchi y la utilización de terrenos de propiedad nacional localizados en la ciudad para  programas de vivienda, algunos para el  CREAR de quienes no tienen lotes de su propiedad para construir su casa y otros para financiar el soterramiento del Sarmiento. Esta situación es en absoluto nueva y distinta a las anteriores y coloca al Gobierno Nacional en una situación bien particularizada como un actor urbano equivalente  a cualquier otro actor privado o público, interesado en destinar a un uso determinado su propiedad. El gobierno de la ciudad también es un actor urbano cuando asigna destino y uso a predios de su propiedad (escuelas, hospitales, locales de las comunas y otras dependencias, mercados, basura y otros servicios, etc.).

Desde esa posición su relación con el gobierno de la ciudad se modifica. No es que hace por sí algo de su competencia (seguridad) ni que se propone hacer como socio un emprendimiento social (las viviendas pos conflicto del Indoamericano) sino que define usar terrenos urbanos de su propiedad para finalidades de sus políticas nacionales, en estos casos, una política de desarrollo industrial y empleo, otra de vivienda popular y una tercera, de urbanización todavía indefinida para asegurar el transporte ferroviario de impacto social.

La utilización social de esos terrenos fiscales se discute siempre y. cualquiera sea su destino final, será raro que no quede envuelta en  polémicos cruces de intereses.

El proyecto industrialista en la isla Demarchi desplaza la idea del gobierno Macri de agrandarla con el relleno de los escombros que se retiran de las grandes obras públicas en la ciudad, y colisiona con sindicatos de algunas actividades portuarias allí remanentes, de las embarcaciones utilizadas en dragado de los ríos de la Plata, Paraná, Uruguay.

El proyecto de urbanización residencial en los terrenos del FFCC en Caballito colisiona con organizaciones vecinales que resisten a la densificación del barrio y tienen elegidos esos terrenos para otro uso social, demandan plazas y parques.

Cualquiera de esos proyectos y otros similares necesitarán de definiciones de legislación urbana, que corresponde al gobierno de la ciudad, el cual deberá analizar y aprobar o rechazar el proyecto de legislación especial que la Nación hará como propietaria de esos terrenos. El código urbanístico le reserva ese derecho a propietarios privados de terrenos mayores a un cuarto de manzana  y estos predios son muchísimo mayores que el mínimo de la ley.

Se abre, por cierto, una forzada instancia de negociación entre el gobierno nacional, como propietario,  y el de la ciudad, como regulador urbano, siendo que el resultado de esa negociación será el avance o la obstaculización de políticas productivas y sociales nacionales.

Se abre, también un nuevo escenario de debate, que incluirá sin duda, a una parte de los vecinos clase medieros de los barrios que ya preanunciaron su oposición a la construcción de viviendas (aun siendo votantes de Macri se le oponen por las torres que densifican su contexto socio-habitacional, y por razones parecidas se opondrán a la edificación de viviendas en los terrenos del FFCC, aunque se destinaran a porteños que no tienen vivienda propia). La argumentación será variada, en algún caso el fundamentalismo ecológico, en otros, la saturación de la infraestructura; quedarán ocultos un tiempo pero luego aparecerán, los argumentos que explicitarían la discriminación  de clase o grupo social respecto a los hipotéticos nuevos vecinos.

Aun así será ahora mucho más atractivo e inteligente para el debate de la ciudad, por ejemplo, la búsqueda de  una combinación de uso mixto de vivienda y parque para los terrenos ociosos del ferrocarril o dilucidar si una combinación de industria, empleo y servicios navegables en la isla Demarchi, es mejor que mantenerla en gran parte ociosa, ocupada por galpones en desuso o, reduciendo el río, ampliarla con relleno de escombros y especulación inmobiliaria

Es cierto que esta decisión de ingresar como actor urbano no deviene de una acción planificada y que, por eso, los proyectos específicos merecerán un análisis y replanificación cuidada y participativa, pero se trata de una decisión que cambia las reglas de la acción política y social en la ciudad. No podemos menos que verla con simpatía, aunque eso exija debates profundos e intensos  entre el campo de ideas e intereses exclusivistas y fundamentalistas y el campo de ideas e intereses de integración social y desarrollo productivo.

Una brisa de aire fresco llega al debate de la ciudad. Con la entrada del gobierno nacional en la transformación material de lo urbano se introduce un actor con suficiente poder para balancear el destino de la ciudad y se fortalece el campo de quienes aspiramos a una ciudad justa, inclusiva, integrada, participativa.


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