Experiencias urbanas
"La ciudad es hoy
un espacio
de combate abierto"
Según la socióloga holandesa Saskia
Sassen, la esencia de una metrópolis no está en sus construcciones ni en la
cantidad de habitantes, sino en el ámbito que ofrece para la vida en común. Y
advierte que ese ámbito ha entrado en crisis
Probablemente
en la Biblia
esté la mejor síntesis de las ideas que rondan la experiencia urbana desde hace
siglos: allí están Sodoma y Gomorra, narradas en el Génesis como símbolos de
corrupción y decadencia, pero también la Ciudad Santa , esa
Jerusalén que en el Apocalipsis es la representación utópica del paraíso
recobrado. El prolífico imaginario filosófico y literario sobre la ciudad
descansa, en efecto, en una contradicción. La ciudad pensada y narrada es a la
vez el lugar del progreso, la modernización, la aventura, donde los destinos se
tuercen y los sueños se alcanzan, pero también el espacio del pecado, el miedo,
el esnobismo y las apariencias, la soledad del individuo anónimo frente a la
multitud, el escenario de la pobreza y la decadencia social.
¿En qué
lugar ubicar la "imaginación sociológica" de Saskia Sassen, una de
las intelectuales más influyentes de las últimas décadas para pensar la ciudad
en la globalización, que se define como "contraintuitiva", más cómoda
analizando las fronteras y los márgenes que los centros transitados por las
teorías mainstream ? Para Sassen, la ciudad no es, parece
claro, ese "libro de piedra" que Victor Hugo se proponía leer; ni
está en la poesía de las multitudes anónimas que describía Charles Baudelaire;
ni en la geografía personal proyectada en la Dublín de James Joyce. La ciudad que mira se parece
a la que vio Georg Simmel, tan alarmado por la desconfianza, el "espíritu
calculador" y la indiferencia que motivaba la vida urbana como satisfecho
por la libertad que ese ambiente prometía, y también a la que estudió la Escuela de Chicago, que
vio en la ciudad el laboratorio social donde observar y resolver la integración
de una sociedad que se volvía más y más compleja y desigual.
Un siglo más
tarde, como a Simmel y a los sociólogos de Chicago, a Saskia Sassen le preocupa
el alma de las grandes ciudades, a las que ve crecientemente
"desurbanizadas". Aunque crezcan en densidad poblacional y alumbren
nuevos barrios y construcciones cada vez más vanguardistas, aunque elaboren
"marcas" que las posicionan en el mercado de los festivales y la
industria de la cultura y el turismo, las ciudades, piensa Sassen, están
perdiendo su urbanidad, su carácter de espacio para la vida en común.

Sassen pasó
cinco días en Buenos Aires, a comienzos de este mes, junto con su marido, el
sociólogo Richard Sennett, invitados por la Universidad Nacional
de San Martín (Unsam), con la agenda de dos rockstars pero la
humildad de quienes no han cambiado la curiosidad intelectual por la impostura.
En menos de una semana, pronunciaron dos conferencias cada uno y una en
conjunto -todas a sala llena y casi todas con transmisión simultánea por
Internet-, dieron entrevistas y se reunieron con distintos grupos de
investigadores locales.
La ciudad,
plantea Sassen, no es indiferente a su desurbanización. "¿La ciudad tiene
un discurso, un poder de habla? Yo digo que sí. La ciudad lo tiene, pero hemos
olvidado ese lenguaje, no lo vemos más, no lo entendemos. Hay muchas tendencias
que van eliminando la capacidad de la ciudad de tener su voz. Pero hoy,
todavía, la ciudad habla. Lo hace, por ejemplo, cuando los desarrolladores
inmobiliarios construyen una plaza pública para compensar un edificio más alto,
y ese espacio nunca funciona como plaza, está muerto. O cuando el tránsito de
la hora pico en el centro paraliza un auto potente, hecho para grandes
velocidades, y no le permite usar ninguna de esas capacidades. O en las maneras
que hemos aprendido para saber cómo transitar caminando por el centro de la
ciudad en esas horas pico. Eso es discurso. Cuando la ciudad no permite cosas,
es la ciudad la que habla. En lo urbano hay una capacidad que le permite
actuar."
-Usted habla
en varios de sus trabajos de la ciudad como un espacio de disputas y
contradicciones. ¿En qué medida la ciudad como espacio construido es un terreno
disputado o de convivencia?
-Una
pregunta anterior a esa es qué es la ciudad, porque hoy en día existe muchísimo
terreno urbanizado a través de la construcción, pero que no es ciudad. Mucho de
lo que llamamos ciudad es hoy sólo terreno construido densamente. Para mí la
ciudad es una especie de sistema complejo pero incompleto. Y en ese rasgo de
ser incompleto reside, por un lado, su capacidad de vida larguísima. Pensemos
en las grandes ciudades, que sobrevivieron a imperios, reinos, repúblicas,
distintos gobiernos, multinacionales, sistemas financieros, de todo, y ahí
siguen. Lo complejo significa además mucha diferenciación. Lo incompleto hace
que nuevas materialidades puedan instituirse. Me parece que en lo incompleto
reside la capacidad y la necesidad de la ciudad de ir incorporando nuevas
modalidades de orden visual y social. La ciudad está ahí, lista para recibir.
Pero no sin tensiones y combates, porque cada cambio implica transformaciones.
Ésta es una época en la que esas ciudades complejas y abiertas empiezan a
sufrir un poco de desurbanización.
-¿En qué
sentido?
-Hay muchas
modalidades en que esto sucede. Una son las privatizaciones de espacios, a las
que se suma el llamado "efecto sombra" que produce esta privatización
alrededor, más allá de lo que es estricta y legalmente privado. Todos los countries ,
las comunidades cerradas y los complejos con sistemas de seguridad muy
sofisticados, que pueden estar en el centro de la ciudad, instalan muros
invisibles. El mismo efecto tienen los enormes shopping centers ,
que desplazan a una multitud de pequeños negocios que constituían la trama
urbana, y algunos fenómenos muy específicos, como lo que ahora se llama el
" super-prime housing market ", un mercado global de
la vivienda, con propiedades que cuestan un mínimo de 25 millones de dólares en
Londres, de 7 millones en Shanghái o de 29 millones en Hong Kong, ocupados por
súper ricos que no participan de la vida comunitaria. Todo eso va
desurbanizando el tejido urbano. Lo cívico de la ciudad, la urbanidad, se está
afectando, y eso está pasando en más y más ciudades. El orden visual que nos
dice "esto es ciudad" ya no habla el mismo idioma que hace unas
décadas, ya es un idioma más ambiguo.
-Parece
haber una especie de homogeneización de paisajes urbanos en los que parece que
todas las ciudades son iguales, pero hacia adentro hay dinámicas diferentes.
-Exactamente.
Pienso, por ejemplo, en distritos de oficinas, espacios de consumo de lujo,
esas sedes de trabajo donde está la vanguardia de la arquitectura de oficinas,
sobre todo en el sector financiero. Eso da la impresión, a través del orden
visual, no importa cuán originales sean los arquitectos, de homogeneidad. Es
verdad que uno reconoce un aeropuerto, un hotel de lujo, unshopping y
una escena de consumo en cualquier ciudad global. Pero los distritos de
oficinas se han vuelto en realidad infraestructuras que se pueden usar de
maneras distintas. Comparé el centro financiero de Chicago con el de Nueva York
y hay enormes diferencias de uso de la misma infraestructura. Un segundo
aspecto surge de esto. El edificio de oficinas ya no habla el mismo idioma que
hablaba hace 30 años, cuando parecía decir "me ocupo del trabajo de
oficina". Hoy en día, lo que esas construcciones dicen, para un público
muy especializado, es: "Tengo todo lo que necesita para hacer sus
operaciones globales". Esto tiene implicaciones político-económicas. Las
ciudades ya no compiten tanto entre ellas como se cree que sucede. Y a la vez
van recuperando historias económicas propias y profundas.
-¿Cómo ve el
futuro de las ciudades "desurbanizadas", como las describe? ¿Podrían
ser reemplazadas por otro nuevo orden urbano?
-En su límite,
la desurbanización debilita y hasta destruye los códigos y las restricciones
que guían las prácticas cotidianas de la gente en una ciudad en funcionamiento.
Permite que los actores más poderosos rehagan las ciudades a su imagen. Se ve
en lo que sucede con el mercado de la vivienda para los súper ricos del que
hablábamos, donde se construye una casa enorme en el lugar que antes ocupaban
tres casas medianas, y que además tiene propietarios ausentes, que viven allí
sólo una parte del tiempo. Eso va adelgazando el tejido urbano. Lo que hace que
Buenos Aires sea una ciudad tan maravillosa es que, aun en los sectores de
mayores ingresos, hay gran densidad residencial.
De márgenes
y penumbras
Holandesa de
nacimiento, formada en economía, sociología y filosofía, Saskia Sassen habla
cinco idiomas, "pero ninguno bien", ironiza. En un reportaje público
en la Unsam ,
durante su estadía en Buenos Aires, describió su metodología de trabajo como
"contraintuitiva", su gusto por "las zonas analíticas
fronterizas" y por investigar los márgenes, las penumbras y los momentos
de transición. "La frontera no es una línea, sino un terreno. En ese
terreno me gusta moverme, donde las cosas van mutando", dijo entonces.
Quizá por eso, y por su disposición a moverse y opinar como una personalidad
pública, es una figura particular en el universo intelectual.
Su
multicitado libro La ciudad global , editado en 1991 por
primera vez -y en español en 1999-, se plantó contra las ideas fácilmente
repetidas de que la globalización trascendía los territorios y traspasaba
fronteras. Según postuló entonces, la globalización tenía en realidad anclajes
locales y nacionales bien precisos, inserciones territoriales y
arquitectónicas, particularmente en los sectores económicos de capital
transnacional, como el financiero, que se dedicó a analizar con lupa
etnográfica desde entonces. Nueva York, Londres, Tokio y Fráncfort, pero
también Sidney, San Pablo, México D. F. y Shanghái, comparten algunos rasgos
que las hace particulares: en ellas, la globalización puede verse actuando
concretamente, en las elites transnacionales de altos ejecutivos, los
funcionarios de organismos internacionales y los migrantes que sostienen parte
del funcionamiento y la economía globalizada, como retrató en Una
sociología de la globalización , que la editorial Katz publicó aquí en
2007. Siguió en esa línea para analizar cómo buena parte de las globalizaciones
sucedían en el espacio bien concreto de los Estados nacionales -lo desarrolló
enTerritorio, autoridad y derechos - y el lugar de "los
inmóviles" como sujetos políticos de los tiempos globales.
-¿En qué
transformó la globalización el imaginario que tenemos sobre las ciudades?
-La
globalización ha generado una especie de igualdad de las ciudades y de ahí
surgen los proyectos de inventar festivales o buscar una marca de ciudad, para
diferenciarlas. Hay una recuperación de lo cultural en ese sentido, en parte
porque es una gran industria. Los festivales generan ciudadanía, pero a la vez
responden a las necesidades de grandes sectores empresariales. Hoy no se
visitan ciudades tanto para ver un museo específico, por ejemplo, como para
tener la experiencia de su urbanidad. Pero hay una vuelta irónica, porque
muchas veces se busca ver lo mismo en todas partes.
-Usted ha
escrito que las ciudades han vuelto hoy a ser un prisma a través del cual mirar
ciertos fenómenos de reconfiguración del orden social, como lo fueron a
principios del siglo XX. ¿Qué dicen las ciudades hoy de nuestra época?
-La ciudad
no es siempre la misma entidad. A principios del siglo XX, en Europa y en
Estados Unidos, la ciudad era una especie de ventana a nuevas realidades, que
no eran urbanas en sí mismas pero que encontraban en el espacio urbano el lugar
para ejecutar un proyecto: las industrias, los mercados de trabajo, la
sindicalización, las cuestiones políticas. Después vinieron una serie de décadas
en las que la ciudad perdió interés, se volvió un espacio administrativo,
rutinario. Y las ciudades se volvieron más pobres: en los años 60, justo antes
de que empezara el cambio, si uno miraba el porcentaje que representaban las
ciudades en los índices de la riqueza nacional, éste era bajo. En los años 80
comienza una nueva época, que revaloriza el espacio de la ciudad para ciertas
lógicas muy específicas. Desde entonces, la ciudad nos permite ver una historia
más amplia, porque es el espacio no sólo para lo urbano y lo rutinizado, sino
también para lo no urbano, para aquello que encuentra en la ciudad un momento
estratégico de sus operaciones en un contexto de economía global. Y además es
un espacio donde se desarrollan las grandes crisis sociales, de una manera muy
distinta de lo que fue a principios del siglo XX.
-¿De qué
manera?
-En ese
momento, la ciudad fue un espacio para la movilización, las demandas laborales,
los sistemas de consumo colectivo. Hoy es un espacio de renovación muy visible
si se miran las nuevas construcciones, pero que a la vez invisibiliza la
tragedia social, a todos los que fueron echados de los centros urbanos. La
ciudad se vuelve un espacio heurístico, pero hay que trabajar un poco para
entenderlo. Si uno se fija sólo en lo visible, pierde una historia social que
también tiene sus aspectos negativos muy marcados. El espacio de la ciudad se
ha vuelto un espacio de combate abierto. Todas las crisis de las últimas
décadas dejaron expulsiones y huellas, y hay que recuperarlas. Esto también
demuestra que la ciudad se ha vuelto rígida, y por eso puede
"romperse" más fácilmente. Al ir perdiendo su urbanidad, aunque
aumente su densidad de edificios, se afecta su capacidad de longevidad. Vamos
completándola más y más, y va perdiendo esa flexibilidad que le da
supervivencia, que le permite ir cambiando.
-Le agrego
un elemento más en la ciudad contemporánea: el miedo.
-Es un
elemento central. Por un lado, hay muchas violencias que no son urbanas, pero
que usan el espacio de la ciudad para operar. Mucho de lo que tiene que ver con
las bandas armadas del narcotráfico no guarda relación con grupos o demandas
urbanas. Eso también desurbaniza la ciudad. A eso hay que agregarle que las
guerras, que antes se libraban en los cielos, en los grandes océanos, en los
campos abiertos, también se fueron urbanizando. Y hay un tercer elemento, que
es una historia de expectativas, de proyectos, de ilusiones frustradas. En los
últimos veinte años hemos salido de un pasado que ha cubierto varias
generaciones en el que a cada generación le iba un poquito mejor que a la
anterior, y había un Estado social que facilitaba eso. Ahora, por primera vez,
tenemos una generación de clase media -algo que se ve en Egipto, en España, en
Estados Unidos, en Chile y creo que aquí- a la que a sus hijos e hijas les va a
ir peor. Eso está generando mucha movilización, que estamos viendo, sobre todo
de jóvenes de clase media, para combatirlo.
-¿Y cómo se
movilizan los jóvenes más pobres?
-Para ellos,
la movilización no es igualmente eficiente. En muchos barrios de muchas
ciudades se restringieron las protestas, en especial para gente que ya viene
caracterizada como problemática, como los inmigrantes. Justamente creo que
cierto tipo de violencia urbana, que se ejercita destruyendo negocios o autos,
es un acto de comunicación en ese sentido, que también genera inseguridad y
miedo. Entonces, parte de esa violencia que hoy vemos viene de una historia
paralela de expectativas frustradas, de desempleos masivos, de la experiencia
de la cárcel, que se vuelve más y más común para tanta gente. La desigualdad
desurbaniza y destruye las capacidades urbanas, es decir, esa mezcla de espacio
y gente, de convivencia y transformación. Lo que estamos viendo es un momento
muy visible de un proceso que se ha dado por bastante tiempo y a menudo en
parte en el interior del sistema. Ahora nos asombramos de la violencia y, en
Europa al menos, culpamos a los inmigrantes. No. Son historias que hemos hecho
invisibles, porque esa gente no tiene voz. Hay demasiada injusticia social y se
han quebrado demasiados lazos.
-¿Qué
fuerzas o actores sociales pueden recuperar esas capacidades urbanas
disminuidas o dañadas?
-Las
capacidades urbanas son, en efecto, una mezcla de espacio urbano y actividades
de las personas, que tienen su propio peso para dar forma a la trayectoria de
una ciudad, y un gran tema es justamente cómo recuperarlas. Los habitantes de
las ciudades necesitan reconocer y hacer visibles las muchas articulaciones
invisibles que conectan diferentes áreas de una ciudad. Lugares con órdenes
visuales muy diferentes, como la ciudad global y la villa global, pueden tener
articulaciones múltiples, que se esconden bajo esas diferencias visuales.
-¿Qué ciudad
elegiría para vivir?
-Londres. Es
una ciudad que uno siente que no es solamente de los ingleses, y que está un
poco menos obsesionada con el éxito y el poder que Nueva York. Distintas
personas la sienten como una ciudad propia. La gran pregunta es de quién es una
ciudad.
La
afirmación de Sassen invita a ampliar la pregunta: ¿de quién es hoy Wall
Street, la plaza Tahir en Egipto o las calles de Madrid? ¿De quiénes son los
"conurbanos" de tantas grandes ciudades latinoamericanas, entre los
barrios cerrados hiperseguros y los asentamientos de pobreza extrema? Italo
Calvino escribió que la fuerza de una ciudad está en las preguntas que puede
originar. ¿De quién es hoy Buenos Aires?
EL TEATRO DEL MUNDO
¿Qué puede
decir el teatro sobre la vida en las ciudades? ¿Qué tiene que ver la
experiencia del actor y del espectador con la del ciudadano? ¿De qué modo puede
ser útil el arte para volver más democrático el espacio público urbano? Para
responder estas preguntas, Saskia Sassen y Richard Sennett están llevando
adelante un proyecto conjunto -algo inusual: ellos mismos, matrimonio hace 25
años, apuntan sus diferencias en estilo de trabajo y abordaje de sus temas de
interés cuando se les pregunta por trabajos en colaboración-, con sede en Nueva
York y Londres, pero que también se desarrolla, hasta ahora, en Fráncfort y en
Berlín, con la colaboración de unas ochenta personas, entre investigadores
sociales, arquitectos, planificadores urbanos, artistas visuales y performers .
"Theatrum
Mundi/Global Street", tal el nombre del proyecto, fue presentado durante
su estadía en Buenos Aires en Malba, en una conferencia conjunta que mostró una
forma posible de cruzar los intereses de ambos sociólogos en un proyecto que
busca repensar los espacios públicos y "reurbanizarlos".
Sennett, que además de sociólogo, es músico y maestro de músicos, aportó la
mirada más cercana a las artes. "Los diseñadores urbanos tienen mucho que
aprender de quienes diseñan escenas teatrales", dijo, al ligar la
interacción social con los aspectos performativos del teatro; una idea que
estaba presente, señaló, ya en el Renacimiento. Con imágenes de fotografías del
Globe Theatre, y de salas contemporáneas como el Half Moon Theatre, el Alice
Tully Hall y el Teatro della Compagnia, ilustró maneras de
"informalizar" el espacio teatral, que niegan el afuera y el adentro
del escenario, las zonas de los espectadores y de los actores, para pensar cómo
informalizar también el espacio público. A su turno, Saskia Sassen aportó la
mirada sociológica más pura, en una de sus preocupaciones habituales: cómo
devolverles un lugar en la ciudad a los que no tienen acceso a los instrumentos
del poder. Y señaló ciertas capacidades de las personas de hacerse presentes en
espacios urbanos -formas de manifestación novedosas, usos de espacios públicos
por fuera de lo convenido- como escenarios para pensar espacios alternativos.
"Tenemos que aprender otra vez a hablar el idioma de la ciudad",
alertó.
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